COLONIA

Cuando en 1523 Cortés recibe la orden real que prohibe el establecimiento de encomiendas en la Nueva España, cuenta con el poder efectivo para desafiar a la corona y proteger la Institución. La encomienda le parece estratégicamente necesaria, pues sin ella no habría alicientes materiales para la conservación de la tierra. […]

Las instrucciones que envió la corona a Cortés justificaban, poco después, la esclavitud de los prisioneros de guerra. Una real cédula conocida en México en 1524, permitía además la compra, trueque o el rescate de los esclavos indios. La esclavitud, aunque basada en fundamentos diversos a la de derecho romano, fue conocida en el mundo prehispánico y los españoles pudieron adquirir, con licencia y sin limitaciones, esclavos de aquellos que los indios consideraron como tales.

La mayoría de los indígenas, y en virtud de las encomiendas, fueron entonces demandados para una multitud de faenas en la ciudad. Ya que casi la totalidad de estos encomenderos se convirtieron en residentes de la capital.

En 1530 se instituyó el verdadero gobierno de la colonia, en trato directo con los pueblos indígenas. Apareció el corregimiento como una alternativa de la encomienda y fue un sistema de gobierno y recaudación de tributos de los indígenas para la corona. Pronto se convirtieron, Cuitláhuac y Mixquic, en encomiendas privadas, sobreviviendo así hasta bien entrado el siglo XVII y ligados al corregimiento o alcaldía mayor de Chalco.

 

Los Olivos de Tláhuac

Es digno de mencionarse el hecho de que en estos primeros tiempos de la colonia, allá por 1531, los franciscanos plantaron olivos en esta región de Tláhuac, siendo los primeros en México y, además, de los pocos que escaparon a la destrucción ordenada por cédula real para evitar la competencia con la metrópoli. En nuestros días es posible encontrar, en el perímetro de la delegación, algunos olivos centenarios de esos primeros años de la conquista.

 

La puerta de Tlaltenco

Al finalizar los tiempos de la colonia, el tráfico de canoas durante decenas de años, fue el transporte único no solamente de personas entre pueblos y ciudades, sino también de verduras, granos, carbón, leña, madera, materiales para la construcción, tela y toda clase de mercaderías, inclusive de algunas que venían de oriente vía Acapulco-Chalco y de ese lugar hacia la metrópoli.

El Barón de Humboldt describió, a principios del siglo XIX algunos aspectos del sistema de navegación y comunicación que la ciudad tenía con los lagos cercanos, señalando la poca profundidad del lago de Texcoco que evitaba, en los meses secos de enero y febrero, el transito de canoas a la capital. «No hay este inconveniente en el lago de Xochimilco; porque desde Chalco, Mixquic y Tláhuac no se interrumpe nunca la navegación, y van diariamente a México sus legumbres, frutas y flores por el canal de Iztapalapa. Cerca de Tláhuac, en Tlaltenco, hubo una compuerta y otra a la entrada de Tulyehualco. En el lugar de aquella hay todavía un arco de piedra que durante la época colonial sirvió de aduana para controlar el tránsito de mercancías»